Mientras sus ministros le visten, el Pequeño Príncipe mira en un gran espejo lo que ocurre en su reino; hay cosas que no le gustan. Por eso, imagina soluciones a esos problemas y promete arreglarlos cuando sea mayor. Un día se distrae y en vez de atender a esos pensamientos escucha lo que sus ministros le dicen: como estos no paran de adularle, su vanidad crece, y el Príncipe comienza a agrandarse hasta que su figura ocupa todo el espejo, tapando lo que antes tanto le gustaba contemplar.